rosa momtero
Rosa Montero. Foto Rocío Parrilla

«Demasiada ira es como demasiado alcohol, produce una intoxicación que te hace perder lucidez y criterio». Quizás por ello, por esa falta de razonamiento y locura transitoria, Soledad, protagonista de ‘La Carne’, última novela de Rosa Montero, decide contratar los servicios de un gigolo para dar celos a su ex-amante (hombre casado y cuya mujer espera un hijo), y con el cual coincidirá en el estreno de Tristán e Isolda (ópera de Wagner, muy significativa y representativa en su antigua relación).

«Mis protagonistas han sido variados. Desde una cantante de boleros semi-analfabeta, a un taxista maduro que acaba de enviudar, de una anciana física que está alcoholizada y en la mendicidad, a una sierva de la gleba de quince años del siglo XII que se traviste de guerrero o a un androide de combate del siglo XXII. Pero llevaba ya unos seis o siete años donde iba creciendo en mí un deseo de contar una novela que sucediera en un mundo muy cercano al mío. Una novela contemporánea».

Así explicaba Rosa Montero el origen y la génesis de su último libro y el por qué de escribirlo ahora, «ya soy lo suficientemente mayor, lo suficientemente madura literariamente como para hablar de mi mundo sin hablar de mí». Una novela ‘real’, directa, sin recovecos, exponiéndolo todo, donde el paso del tiempo (Soledad acaba de cumplir 60 años) y los miedos piden paso buscando sosiego y lugar donde acomodarse para no perder ‘la perspectiva’ de lo que hay, de lo que uno es, de la realidad, de lo que te dice el espejo. Y a partir de ahí «un suceso violento e inesperado» trastoca todo y provoca que los dos empiecen una relación «complicada, confusa y llena de peligros».

El título (La Carne) alude -como explicaba la autora- a la prisión en la que se convierte, a veces, nuestro cuerpo, al que no hemos escogido. «Somos presos de nuestro cuerpo», la carne que nos enferma, que nos envejece y que nos mata, «pero también es la carne maravillosa que nos hace rozar la gloria del sexo, del deseo y el amor, que nos hace sentirnos eternos en esos instantes de plenitud en el estallido del amor fusional». Es también la carne animal, «que nos salva de ser sólo humanos, y un día de invierno al salir a la calle y recibir un rayo de sol hace que se pongan cada una de las células de nuestro organismo a dar saltos de alegría y decir ¡estamos vivas!».

Y de esa «intensidad y «tormento» que es vivir trata este libro. 236 páginas que vuelan entre los dedos del lector devorando cada una de ellas y contemplando la vida, quizás la suya, quizás no, pero la vida al fin y al cabo. Llena de dudas, miedos, amor, recelos, claroscuros,… ¡qué mas da!

«En mi opinión la novela trata de temas muy esenciales y trágicos en cierto sentido. Pero lo hace desde el sentido del humor que consuela y pone en todo en su lugar. Es la mejor vía de expresión y conocimiento de la realidad porque nos libra de los excesos y coloca todo en su justo término».

Así que nos habla del paso del tiempo, de lo que el tiempo nos hace, de cómo podemos enfrentarnos a eso y cómo nos planteamos el futuro. «Ser joven consiste en poder reinventarte desde cero al día siguiente, pero ya llegas a una edad -la ‘crisis de los cuarenta’ sería un claro ejemplo- en la que sabes que llevas una vida detrás, que es una mochila que se va cargando de piedras y que ya no puedes empezar nunca desde cero. Ya hay una serie de frustraciones, culpas y penas que no te puedes quitar, y cada vez te queda menos tiempo para esa reivención de la que hablábamos». De manera que Soledad se encuentra en el momento ‘perfecto’ para pensar en todo esto: ¿Qué será de mí? ¿Qué será de mi vida? ¿A partir de este momento será sólo decaer? Pero también veremos en la protagonista el miedo al fracaso profesional y cómo siente que la vida «se le escapa» entre las manos como si fuera arena sin haber conocido nunca -para más inri- el amor verdadero. «Moriría sin haber conocido el amor. Eso sí que era ser pobre, y no el hecho de no poder pagar un maldito recibo«.

Y para envolver toda esta mescolanza de sensaciones y de ideas encontradas, la exposición de escritores malditos que está llevando a cabo Soledad durante todo este proceso existencial, se convierte en un espejo, una imagen con la que identificarse porque ella también «se siente maldita». Historias de malditos «estrafalarias, absurdas pero al mismo tiempo auténticas», salvo una inventada como confiesa la autora.»

«Y hasta aquí puedo leer -añade Montero- porque resulta que es una novela que aunque no es policíaca, a pesar de que hay sangre y persecuciones, tiene intriga y suspense emocional, psicológico, y si se cuenta la historia se destripa toda la estructura narrativa. Tanto es así, que en unas palabras finales donde doy las gracias, pido al lector que por favor no revele los datos porque realmente se estropea el juego de la novela. Me atrevería a decir que es una novela muy original, muy poco convencional y que reto al lector porque estoy segura de que ninguno va a ser capaz de adivinar cómo va a terminar».

¿Aceptan el reto?

 

 

 

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