Esto de escribir es un vicio, tengo que reconocerlo. Una costumbre muy mala que no se nos quita ni siquiera con la sabiduría debe dar la sucesión de días y la acumulación de años. Tal vez los que empezamos a escribir nuestros primeros ripios a los catorce o quince años, no seamos conscientes del paso del tiempo y de la aparición de las canas, algo que se supone, es manifestación de experiencia y madurez. Nada más lejos de la realidad, ¡seguimos siendo unos soñadores!
Este cada día más denostado oficio de escritor, no da para mucho más que la satisfacción personal y si acaso, el reconocimiento de los más allegados y amigos sinceros. Las grandes empresas que se dedican al asunto de vender libros, son simplemente eso: industrias que ganan dinero con el esfuerzo del que piensa y escribe, y con la avidez de lectura de muchos otros. Al final, esos empresarios es a eso a lo que dirigen sus esfuerzos, sólo tienen un objetivo: que el producto sea comercial. Se sigue cumpliendo lo que se decía entre los románticos españoles del Siglo XIX de que “para escribir bien hay que pasar hambre”. Y no es que en la actualidad el escritor pase hambre. Afortunadamente no es así ya que la inmensa mayoría, come y vive… de otra profesión. Porque, como decía don Antonio…
“Y al cabo, nada os debo;
debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansiòn que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago”
…pero el escritor sí pasa hambre de reconocimiento y de agradecimiento social por su labor, por su esfuerzo y por los frutos de su trabajo. Esa deuda la sigue teniendo pendiente nuestra sociedad desde hace siglos.
A pesar de que siguen vigentes los tópicos de que “el libro es un amigo”, “ un libro es el mejor consejero”, “un libro te enseña la vida” … y todos los que a usted, amigo lector, le vengan a la cabeza, el libro es un subproducto de esta sociedad consumista, acultural y distorsionada, cuya meta final y principal es la creación y acaparación de riqueza y la detentación de poder en todas sus manifestaciones. Eso de la cultura, por el mero hecho de disfrutarla, es algo idílico e irreal. Se sigue cumpliendo lo que decía nuestro gran Calderón “…y los sueños, sueños son ”.
La realidad se expone duramente a nuestros ojos: libros cubiertos de polvo que se agolpan y adornan estanterías, bibliotecas llenas de libros y vacías de lectores, aunque abarrotadas de gente que están con la pantalla de un ordenador por delante, y manuales rebosantes de sabiduría sólo consultados por escasos investigadores y soñadores de quimeras.
Bueno, pues todavía algunos “románticos” seguimos pensando que escribir nos dignifica y que leer, además de hacer más sabias a las personas, ensancha la mente, amplia la visión y engrandece ante nuestros ojos el mundo… y da cultura, esa cualidad de poseer una actitud crítica ante todo, mucha cultura, algo que no interesa a muchos.